Paso acá un escrito de opinión que leí en Decano:
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Leo en los portales y los diarios que el presidente del Club Atlético Peñarol está encabezando una cruzada heroica para terminar con la violencia en el fútbol. Me desmayo. Me caigo de culo. Y cuando vuelvo en mí, me froto los ojos y veo otra vez que nada de esto me lo inventé, que está pasando, que es real.
Ignacio Ruglio, la encarnación del dirigente barrabrava, la personificación absoluta del mononeurona que primero aporreó un bombo en la tribuna y después logró llegar a peligrosos lugares de decisión política, se ubica en el insólito lugar de pacificador.
Si no fuera preocupante sería hilarante. Ruglio, el de los estados de WhatsApp. El de corran perros. Corran perros. ¿En serio? ¿Cuántos años tenés, Ruglio? ¿15? Sigo leyendo las noticias.
El pacificador del fútbol uruguayo chicanea en una entrevista en radio Sport que había gente –gente mala, no como él, que es bueno- que le decía “démosle 1891 entradas”. Una baratija. Un chiste de asado. Pero el pacificador, en una jugada berreta a dos bandas, lo cuenta para demostrarnos que es bueno pero que también es pillo. Un crack el Ghandi del fútbol que nos tocó por padrón.
Pero de todas formas este no es el tema de fondo. Es puro chirimbolo, cañitas voladoras para desviarnos una vez más de lo importante y con algunos periodistas deportivos de cómplices. Más allá de las nobles intenciones de Ruglio de llevar público visitante a su estadio y de querer liderar un falso discurso de la familia, del espectáculo del fútbol que no debe morir y bla bla bla, lo que hay acá es la enésima oportunidad desaprovechada de encarar el tema en serio.
Hace años que no queda folclore en los clásicos del fútbol uruguayo. Había un hilito de esperanza en los partidos en el Centenario. Pero con los dos grandes con estadios propios haciendo valer su localía, se terminó. No hay folclore en que vayan mil o dos mil – 0 1891- personas seis horas antes de que empiece un partido a un lugar determinado y que después los trasladen en un megaoperativo de seguridad planeado como si estuvieran llevando a narcotraficantes mejicanos.
Es un partido de fútbol. No hay folclore en romper baños. No hay folclore en celebrar muertes, en quemar tribunas, en inflar gallinas. No hay folcore en matar gente. Ese folclore alejó a la familia de las canchas hace años. Y por una vez en la vida hay un presidente del Club Nacional de Football que lo entendió. Y dijo claramente que no están dadas las condiciones, que la sociedad y la política arreglen lo que tienen que arreglar y después nos sentamos a hablar realmente sobre la vuelta de la familia a los clásicos.
Traten de no caer en la baratija de enfrente en un problema que justamente esta vez no es nuestro. Cuando lo sea, cuando seamos locales, lo encararemos y discutiremos. Con seriedad, sin discursito vacio para la gilada. Mientas tanto, run dogs.
Firma: Patricio de Flor de Maroñas